La violencia de la sociedad salvadoreña abarca a todos, hay políticos, hijas, profesores, arquitectos, esposas, buseros, sacerdotes y pastores, vigilantes, minuteros, vendedoras, todos violentos.
Una enfermedad social que nos ha traspasado a cada uno, burlándose del buen sentimiento. Uno piensa que solo las maras son las violentas, pero... más allá de ellas la gente en general.
Diez casos recogidos por El faro bajo la pluma de Roberto Valencia, mas de alguno de estos casos lo hemos leído en los periódicos. Veamos:
Caso I. El seis de marzo de 2013 el autobús de la Ruta 92 placas AB-78377, manejado por un hombre de 32 años llamado Ricardo Antonio Morales, se aproximó al redondel del Árbol de la Paz, el que está abajo del Estadio Cuscatlán. Rosa María Calero, de 57, tuvo la desgracia de llegar en su pick-up al mismo redondel en el misma minuto, con la idea de tomar la calle Antigua a Huizúcar. El bus golpeó el pick-up por detrás apenas lo suficiente para marcarlo. Ricardo y Rosa María sintieron la caricia y bajaron. Él juzgo intrascendente el choque; ella, un accidente en toda regla. Discutieron. Él regresó a su asiento del bus; ella se puso delante de la unidad para impedir su marcha. Él aceleraba y frenaba para asustarla; ella, necia. Después de unos segundos de tensión eternoa, el autobús avanzó poderoso, ruta a Zacatecoluca. A los pocos minutos, una patrulla de la Policía Nacional Civil lo detuvo en el kilómetro doce de la carretera que termina en el aeropuerto. Ricardo durmió aquella noche en bartolinas. Peor le fue a Rosa María; falleció junto al Árbol de la Paz arrollada por un bus.
Caso II. El veintiocho de marzo de 2013 Luis Ernesto González entró furioso en uno de los cíber de la residencial Altavista, en el sector que pertenece al municipio de Ilopango. Sentada frente a una computadora estaba Yuridia Catalina Herrera, de veinticuatro años. Él era doce años mayor pero habían mantenido una relación algún tiempo, hasta que ella se cansó. Luis se encaminó directo hacia su examante. Comenzó una discusión de gladiadores que terminó cuando Luis sacó su pistola y la descargó sobre Yuridia, no menos de seis disparos. A un par de cuadras pasaba por casualidad una pareja de agentes. Corrieron al escuchar las detonaciones. Al llegar al cíber solo tuvieron que esposar a Luis y llamar a una patrulla. Varios de los clientes ya lo habían neutralizado.
Caso III. El veintinueve de junio de 2013 una estudiante a la que llamaremos Claudia salió de la escuela y tomó uno de los microbuses de la Ruta 33, rumbo a su vivienda en un cantón de Mejicanos. La unidad la manejaba Mario Heriberto Gómez, de treinta y dos años, y el cobrador era Álvaro Bladimir Cabezas, de veintiuno. Claudia vivía casi al final del trayecto. Los pasajeros fueron bajando uno a uno, hasta que solo quedaron tres personas a bordo. La estudiante veía por el retrovisor cómo Mario y Álvaro la miraban, hablaban sobre ella, reían lascivos. El microbús no se detuvo cuando Claudia lo pidió. La llevaron a un predio. Álvaro la sometió con facilidad por el desbalance de fuerzas. La desnudó y la violó. Mario vigilaba. Consumada la violación, la dejaron cerca de la casa no si antes amenazarla de muerte para que callara. Claudia entró en casa llorosa y le contó a su madre. Claudia tenía catorce años. Juntas fueron a la delegación a interponer la denuncia.
Caso IV. El cuatro de diciembre de 2013, a eso de las cuatro y media de la tarde, Sipriano T. y Melky S. dos agentes de la Policía Nacional Civil de 33 y 29 años respectivamente, detuvieron a un joven mientras hacían ronda por el parque de la colonia La Rábida, en San Salvador. Sumiso, un joven al que llamaremos Óscar hizo cuanto los policías le pidieron, confiado. No era la primera vez que lo registraban, algo habitual en El Salvador cuando se es joven y se vive en zonas complicadas. Óscar no cargaba dinero pero sí un teléfono celular. Si querés volver a la casa, tenés que darnos algo, le amenazaron Sipriano y Melky. Ante la posibilidad de verse encerrado en las bartolinas policiales, mazmorras en toda regla, Óscar accedió a irse sin su teléfono. Cuando entró en la casa, el joven, poco más que un niño, le detalló a su padre el motivo por el que no cargaba su celular. El padre, cosa rara, tuvo el valor de presentarse en la delegación policial y denunciar a los agentes Sipriano y Melky.
Caso V. El trece de diciembre de 2013 el Tribunal de Sentencia de Santa Tecla condenó a 42 años de prisión a Salvador Acevedo Ibarra por violación y agresión sexual. La primera vez que violó a su víctima ella tenía ocho años de edad, y lo hizo de forma continuada hasta que cumplió los catorce. El tormento terminó cuando un familiar se percató de que estaba embarazada, y denunciaron al violador. Salvador era el padrastro de la niña y, en un país en el que cualquier tipo de aborto está prohibido, será el padre del fruto del vientre de su hijastra.
Caso VI. El dieciséis de julio de 2008 se presentó la denuncia, pero los abusos habían ocurrido tres años atrás, cuando la víctimas apenas tenía seis años de edad. La niña llegaba a casa de los que llamaba sus abuelos, aunque él, Nicolás Martínez, de 72 años, no era el padre biológico de su madre biológica. Para entendernos, el septuagenario Nicolás era el abuelastro. En repetidas ocasiones a los largo de 2005, siempre que se presentaba la ocasión cuando se quedaban solos, el septuagenario Nicolás desnudaba a la niña y la toqueteaba lascivo. La aberración se volvió rutina. Con el paso de los meses fue remitiendo hasta desaparecer, el septuagenario Nicolás confiado quizá en que con seis años la niña estaba demasiado tierna para recordar. Pero recordó. Cuando tenía nueve se lo contó a una prima algo mayor. La prima a su vez se lo dijo a su tía –la madre de la niña–, y esta no dudó en denunciarlo. En abril de 2014 el Tribunal Sexto de Sentencia de San Salvador condenó a doce años de cárcel al septuagenario Nicolás por agresión sexual continuada en menor e incapaz.
Caso VII. El doce de junio de 2013 Manuel Antonio Bermúdez Molina, de 48 años, quemó viva a su pareja, Silvia Dinora Rivera Riveras, once años menor que él. Once eran también los años de convivencia. Once años de continua violencia intrafamiliar. El homicidio sucedió en un asentamiento ubicado junto al bulevar Venezuela que todo mundo identifica como comunidad Trujillo, en la capital. Manuel Antonio, que vivía de recoger latas y envases de plástico, se pasó con los tragos ese día. Discutió con Silvia Dinora, como de costumbre. La golpeó, como de costumbre. La amarró con una cuerda en el sillón de la casa. La roció con combustible. Prendió fuego. Los gritos de Silvia Dinora se escucharon en toda la Trujillo. Familiares y vecinos rescataron con vida a Silvia Dinora. La trasladaron al Hospital Rosales. Tenía el 95% de su cuerpo con quemaduras de segundo y tercer grado. La hospitalización solo sirvió para prolongar su agonía once días más.
Caso VIII. El miércoles veintiuno de agosto de 2013, pasadas las diez de la noche, Edwin Linares, de 42 años y camarógrafo de TCS, se ofreció a dar rai a la casa a una compañera de trabajo, hasta el enjambre de residenciales situado más allá de Los Chorros. Edwin Linares pidió el carro prestado a otro compañero, manejó como un rayo por la carretera recién pavimentada, y dejó a la comunicadora sin contratiempos en su vivienda. Llovía fuerte. De regreso, Edwin Linares atropelló a un hombre en Lourdes, Colón. Se lo llevó por delante con la parte frontal izquierda del vehículo. No se detuvo. Telefoneó al compañero que le había prestado el vehículo, le dijo que había golpeado a alguien y colgó sin dar más detalles. Manejó sin detenerse hasta el parqueo de la Telecorporación, seguramente bajó para evaluar los daños en el carro, pero lo que vio le asustó tanto que huyó del lugar. Cuando un vigilante se acercó, vio al hombre en los bajos del carro. Aún se movía y llamó a su jefe y a la Policía Nacional Civil. Edwin Linares lo había traído a rastras desde Lourdes, más de diez kilómetros. El hombre falleció. El informe de Medicina Legal reveló que el cuerpo presentaba “aplastamiento de hemicara izquierda, en región de tórax, abdomen y muslos, así como múltiples fracturas en costillas y múltiples áreas excorativas”. Se llamaba José Antonio Chicas y tenía 42 años, la misma edad que la persona que en su huída le provocó la muerte.
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Caso IX. El treinta de diciembre de 2013 cuatro hombres secuestraron a un empresario y a la persona que lo acompañaba. Ocurrió en el kilómetro 57 de la carretera que de Zacatecoluca conduce hacia San Luis La Herradura (La Paz). Los detuvieron, los cargaron en un pick-up y los llevaron al rancho de uno de los secuestradores. Quedaron en custodia de los hermanos Orlando y Raúl Ernesto Mejía, y los cuatro llamaron a los familiares para exigir un rescate. Pero algo se salió del guion. El empresario fue trasladado al municipio de Tamanique (La Libertad) y lo asesinaron. El otro secuestrado logró escapar y denunciar a sus captores. Los cuatro secuestradores resultaron ser cuatro miembros de la Policía Nacional Civil asignados a las sedes policiales de Zacatecoluca, San Pedro Masahuat, San Luis La Herradura y Tamanique: el subinspector José Concepción Marín Lozano, de 36 años; el sargento Juan Antonio Laínez Valencia, de 40; el agente Juan Carlos Anaya López, de 29; y el también agente William Alberto Alfaro, de 32 años.
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Caso X. El diecinueve de febrero de 2014 el Tribunal Quinto de Sentencia de San Salvador condenó a nueve años de cárcel por maltrato infantil continuado a Héctor Antonio Henríquez Hernández, un padre de cuarenta años de edad. Las víctimas, sus tres hijos. Durante el juicio, los tres detallaron con crudeza la violencia con la que su padre los corregía, maltratos físicos y psicológicos que comenzaron desde el año 2009. Los testimonios de los hijos contra su padre fueron respaldados con exámenes corporales y psicológicos. Uno de los peritajes era del propio día de la captura de Héctor Antonio, ya que cuando la Policía Nacional Civil lo detuvo, estaba moliendo a golpes la espalda de uno de los tres hermanos. El tribunal dispuso que los niños quedaran bajo el cuidado de familiares maternos, mientras se decide su futuro.