Mi abuela Sylvia me contaba mientras yo estaba "más chiquito", que en su época de juventud, ella conoció a un famoso extranjero viviendo en San Salvador, que entendía de etiqueta, que le enseñó como comportarse en la mesa y a caminar, que tenía negocio de banquetes y alquiler de vajillas y no se qué cosas más.
Esa historia que siempre me llamaba la atención por lo particular de la descripción del extranjero (alto, chele, ojos azules, bien vestido y... descalzo), que vivía relativamente cerca de la casa de mi familia en el Zanjón Zurita, barrio de poetas y literatos, barrio de las Suncín, las Rivera (mi segundo apellido, en realidad el primero pero las leyes de antes no permitían que nosotros hijos del amor pero no del matrimonio, tuviéramos el apellido paterno en primer lugar) y la Villavicencio emparentadas con los Salinas y de cercanías con la casa donde vivía Alfredito Espino hacia el norte y con Justo Armas hacia el poniente.
La casa de las Rivera sigue ahí, y recuerdo que un día se lo dije a Tía Hilda, "cuando se vaya de este mundo, me regala esa mesa de comedor", no jodás me dijo, vos te vas a ir antes que yo. La verdad es que no, los primos, (mi papá y ella) se fueron antes.(No sé a quien le habrá quedado la mesa, pero me gustaba mucho, antigua, de cedro, patas anchas y labradas, color casi negro, una belleza)
Hace algunos años, en 2004 quizá para ser más o menos exacto (estoy jodiendo), leí la historia de la investigación iniciada por don Rolando Déneke, cuyo apellido recordaba por otras razones (El Arquitecto Alberto Hart Déneke era miembro directivo de la Fundasal en los setentas y ochentas mientras yo trabajaba ahí), me llamó mucho la atención de toda el relato producto del trabajo inquisitivo de Don Rolando sobre su opinión de que Justo Armas, era en realidad el Emperador Maximiliano de Haugsburgo, que había escapado del fusilamiento en el Cerro La Campana, y pensé en aquel momento como es de cruel a veces la vida. Yo tuve información de primera mano con mi abuela y no la entendí, hasta me sobró. Hoy me da interés y ella, la mamá Sylvia, ya no está. La vida es así, pues.
Hace mas o menos un año y medio, don Santiago Miralles, español, estuvo en El Salvador, para presentar, una vez más su libro, La Tierra Ligera, la historia de Justo Armas en El Salvador. Esta novela surgió de las investigaciones de Don Rolando. He leído todo cuánto he podido sobre Don Justo Armas y sobre el Emperador, recién me compré un libro: Maximiliano y Carlota, que ahora mismo estoy revisando.
Fuí a la presentación del libro, para variar no andaba pisto para comprarmelo y mi amiga, Rosa Vania lo compró y me lo prestó. Leí, releí, y volví a leer. Si le interesa la masonería, la historia salvadoreña, la historia mexicana, Benito Juárez, y El Salvador de finales del XIX e inicios del XX, debe conseguirla y disfrutarla. Abajo, una reseña de la misma.
Tierra Ligera La sorprendente historia de Justo Armas, estudiada con seriedad y buen celo de historiador por Rolando Déneke, estimuló la vena literaria de Santiago Miralles, diplomático español quien ofrece una novela casi policial y de muy buena factura
Por Pedro González Olvera, Especial para Escenarios El Diario de Hoy. El Salvador
Una de las primeras historias -de las muchas que corren de boca en boca en los corrillos académicos, culturales y artísticos de El Salvador- con las que me encontré a mi llegada a este país,fue la referente a Justo Armas, el enigmático personaje de origen austriaco, todo él elegancia, aunque siempre descalzo, dedicado al negocio de alquiler de los elementos necesarios para banquetes y ceremonias de gran alcurnia en San Salvador y sitios adyacentes.
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Para ser sinceros no recuerdo quien fue el primero en hablarme de este increíble, que desde las últimas décadas del siglo XIX recorre el imaginario cultural salvadoreño. Más tarde, sin embargo, pude saber que Rolando Déneke, un arquitecto de profesión, había hecho del tema de Justo Armas su monomanía, dicho esto sin ningún sentido peyorativo, pues le interesaba profundamente desentrañar si era verdad lo que entre otras muchas cosas, se decía de Justo Armas: que en realidad se trataba de Maximiliano de Habsburgo, aquel príncipe austriaco que entre 1864 y 1867, con la ayuda de Napoleón III, intentó establecer una monarquía imperial en México.
Según esta conseja popular, investigada en todas sus aristas y posibilidades, invirtiendo buena parate de su vida y no pocos recursos económicos por el arquitecto Déneke, Maximiliano, derrotado por las fuerzas republicanas dirigidas por Benito Juárez, no habría sido fusilado en el cerro de las Campanas, sino perdonado por el presidente mexicano, gracias a la pertenencia de ambos a la masonería, obligado a salir de México y, por supuesto, a guardar silencio sobre este tremendo secreto.
Por todavía desconocidas circunstancias, Maximiliano de Habsburgo se habría refugiado en El Salvador, tomando la identidad de Justo Armas, armando un tinglado sobre su procedencia y personalidad, incluida la muy peculiar característica de andar permanentemente sin zapatos, organizando un negocio de atención a fiestas y ceremonias e impartiendo clases de protocolo a señoras y señoritas de la mejor sociedad salvadoreña; todo esto hasta su muerte.
La Tierra Ligera La sorprendente historia, como ya dije, estudiada con seriedad y buen celo de historiador por Rolando Déneke, estimuló la vena literaria de Santiago Miralles, diplomático español quien, después de una estancia de un par de años en El Salvador representando a su país, nos ofrece una novela casi policial, de muy buena factura con el título "La Tierra Ligera".
Ambientada en San Salvador de 1916, pocos meses antes del gran terremoto del jueves de Corpus Christi de 1917 que destruyó la capital, la novela reproduce, a mi juicio con mucha credibilidad, lo que debió ser el ambiente social y la vida cotidiana de una pequeña ciudad en la que ya hacen su aparición los primeros automóviles y el "tren de sangre" (jalados por mulas) constituye uno de los principales medios colectivos de transporte.
Una ciudad en la que, en medio de su calma y languidez, pueden desatarse también acontecimientos extraños, fuera de lugar y en la que dos jóvenes, uno italiano y otro salvadoreño, hijo de un general francés, además de lances y reyertas amorosas, arman con paciencia las piezas del rompecabezas que era la vida de Justo Armas, como una fotografía sobrepuesta que calza a la perfección, lo que sería en realidad la imagen de Maximiliano de Habsburgo.![]()
Sin dudas, Santiago Miralles fue un buen alumno de Rolando Déneke, pues los datos que éste último ha ido acumulando durante un buen tiempo, aparecen en la novela debidamente acomodados y narradas con estilo fácil pero atractivo, para ofrecernos detalles sobre Justo Armas en El Salvador, por ejemplo un episodio en el que al darse cuenta que las miles de rosas que adornan un banquete servido por él no despiden ningún olor, manda de inmediato a un ordenanza a San Salvador para que compre esencia de esa flor, que será esparcida sobre aquellas y ofrezcan así a los invitados su aroma característico, aunque sea prestado. Puro realismo mágico.
El autor de "La Tierra Ligera" traza para sus lectores una línea, señalada por supuesto por Déneke, que lleva de Justo Armas a Maximiliano, incluida la visita a El Salvador, de la cual parece que todavía hace unos años existían testigos, de dos embajadores cuya consigna única era lograr que Justo Armas retornara a Austria y asumiera, al parecer, sus obligaciones imperiales en su faceta de Maximiliano, exigencia que nuestro personaje habría rechazado tajantemente, por lo que terminó sus días en San Salvador, donde aún se encuentran sus restos mortales. Por mi parte sigo convencido de que Maximiliano fue fusilado en el cerro de las Campanas, en Querétaro, pero ello no evita que recomiende la lectura de esta espléndida novela, al mismo tiempo de misterio, policial y costumbrista. "La Tierra Ligera" es una novela de Santiago Miralles, Ediciones de la discreta.
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