Es una cursilería hablar del cariño digo yo, pero eso es especialmente cuando no se tiene. Es que cuando no hay, hasta hablar de amor suena fresa.
Sin embargo, como en mi caso, cuando siento que el afecto por los míos está ahí, latente y potente, entonces no me queda ni me hace sentir fresita hablar del mismo.
Hoy día, he sentido tanto afecto por mis hijas, todas, toditas, que no sé que sería sin ellas. Las bichas, tiene cada una de ellas su propio toque, su propia manera de llevar la relación conmigo, y a mí, se me hace fácil entender como debo llevar la relación con cada una de ellas. Otro día hablaré del "niño", que ya casi me alcanza en edad. Pero hoy por hoy, quiero hablar de las chicas.
Hay una que es mi espejo, que sigue mis pasos buscándose, y a la vez encontrándose en actividades, actitudes, formas de entender la vida y las cosas de la vida, que me hace sentir que soy yo a su edad.
Otra, que no tiene pecho para tanto corazón, que ha sabido abrirse espacio por sí sola, por su cuenta, y que es un cielo de la ternura que le sale hasta por los ojos.
Esta la otra bicha, que es mi retrato, no en lo físico, sino en su manera de llevar la vida y su relación con los demás. Acostumbrada a mandar y a hacerse obedecer puede no gustar; sin embargo cuando la encuentras entregándose a los demás sin que se le pida, te das cuenta de su calidad.
Sigue la que sigue, mi sueño, la que tiene tantos encontrones conmigo porque quizà somos exactitos. No nos da pena llorar por una película, un poema, o una canción. No nos preocupa si a otros les molesta nuestra manera de creer o de pensar, y somos reflexivos y entregados obsesos.
Y luego está la que es tan soberbia como yo algunas veces, tan tierna como yo algunas veces, tan polivalente como ella sola y tan metida dentro de sí, como me sucede en ocasiones.
Ellas no son mi reflejo, yo me reflejo en ellas, y son mi adoración, mi vida, mis tesoros inmerecidos. Mis amores.