Julio Martínez
Conocí a Nora hace algunos años y siempre me pareció dos cosas: Muy lista y muy blanca. Ninguna de las dos cosas ha dejado de ser, es más seguro que una de ellas se haya acentuado con el tiempo. Lo constato a partir de saber que se comienza a difundir esto que llamaré introspección en forma de novela bajo el sugerente título “De seudónimo Clara”.
Eso de los seudónimos parece algo a lo que se dedican los artistas como Lydia Nogales o Claudia Lars, que por alguna razón usaban un nombre diferente al que les consagró el cura; sin embargo durante finales de los años setenta, ochenta y una parte de los noventa usar un seudónimo para un militante de la guerrilla salvadoreña era parte de la sobrevivencia, de la clandestinidad, del ocultarse y de la seguridad de que nadie supiera el verdadero nombre de uno para no tener que divulgarlo si acaso era capturado.
Comencé a leer el domingo por la noche la novela de Nora y me encantó tanto recordar algunas de las vicisitudes de los militantes urbanos, eso de mirarse en una parada de buses, tomar un café en un lugar muy abierto, esconder c4 debajo de la refrigeradora, cambiar de rumbo y de ruta cada cierto tiempo, estar con los sentidos alerta cada vez que se caminaba por la calle, trasladar un par de pistolas en una mochila, desarrollar alguna acción y luego caminar hacia la casa como si nada… en fin, esas cosas que creo yo, cada uno de quienes lo han vivido se han preguntado si lo volvería a hacer.
Pienso que debió ser duro para Nora recordar los momentos de su captura, secuestro y posterior encarcelamiento en el año 89. Varios de mis amigos cercanos lo sufrieron también y la mayoría ha vivido para contarlo, pero no todos. Claro, no todos, no todos.
La novela nos lleva a entender cómo funcionaba la parte de la guerrilla urbana, los comandos urbanos. Uno siempre tiene la idea del guerrillero imaginando a aquel personaje en la selva, en la montaña con un Ak al hombro y vestido como sea para estar en el monte. Uno casi nunca imagina a un comando vestido como gente de ciudad, caminando de forma normal y corriente y sin embargo, llevando en la cabeza la misión precisa y buscando el momento exacto para ejercerla, eso que le tocó a Clara estoy seguro que con muy poco temor, o casi nada.
Clara, Nora, comienza su narración en el inicio de su pesadilla, la pensión de San Jacinto, en donde fue capturada por un tropel de soldados que para darse valor y tener control de su mente gritaban cualquier cosa para apresarle a ella y a Alejandra, “Diez, cien o mil soldados salieron –en trote- a chocar contra nosotras” lo que sigue es la maquinaria de los medios de comunicación del Estado y centralmente del ejército en manos de la tandona que tanto daño causó al país en su papel de defensor de una clase, de un Estado insano y de un sistema.
Clara vuelve su mirada a su interior y nota, como pocos nuestra composición interna en capas, nuestras relaciones externas en capas, nuestros pensamientos en capas. El secuestro y la tortura, la violación y la angustia del no saber si se vivirá generan el sentimiento de soledad, de tristeza y desesperanza.
La lucha es colectiva, la cárcel es individual dice Clara, y reconozco esa verdad cuando alguno de los compañeros caían en la cárcel y nadie les iba a mirar debido al temor de ser identificado, reconocido y posteriormente capturado o asesinado por el hecho de ser solidario en el apresamiento. Clara es en eso, intensa, fuerte, impresionante.
El desarrollo de la novela conduce por un camino de sensaciones muy profundas, Nora es capaz de transferir sus emociones de hace veinticuatro años a nosotros que la leemos hoy.
La burda psicología utilizada por los policías investigadores de entonces era reconocida, el usar un policía malo y uno bueno ha sido parte de la estrategia que de siempre han utilizado los cuerpos policiales para ir destruyendo al investigado y una vez desmoralizado ofrecerle una versión mas confiable, amigable del torturador, “dinos lo que queremos y saldrás viva de aquí cuanto antes”.
Las capturas que sucedían en los ochenta en El Salvador no se dirigían solamente a la personas sospechosa sino también a sus amigos, hermanos, primos, padres, abuelos, todos quienes le rodean. Eso también lo sufre Clara, “Si no hablas te vamos a sacar la sangre, pero primero te vamos a traer aquí a tu abuelita y a tu nana para que les recites poemitas”. El policía investigador ha trabajado como terrorista, ese el que aterroriza para que la cantante, Clara, Nora, cante una canción que no está en su repertorio.
Nora contextualiza familiarmente su novela, nos va describiendo como era su relación con su madre, con su padre, con su abuela, con sus primos, con sus primas y uno se va entendiendo a sí mismo y comprendiendo que las familias son un crisol, un arcoíris, una especie con diversas variedades. Primos cantantes, primas jodarria.
El amor no está ausente en esta novela, el amor que no tiene un solo rostro, comprendemos a Clara cuando mira con compasión a su torturador, quien no entendía, no entendió, nunca entendieron ellos que “el sombrero azul” estaba dedicado a todos los salvadoreños oprimidos y que el cuilio solo era uno perro con dueño, un animal al servicio de los opresores, la bestia pagada y engañada para seguir, golpear y matar a los mismos de su clase.
Pero el amor en Clara no se detiene ahí mismo, sigue con su madre, con su padre, con Alejandra, con el Negro, con Carmen, con todos. “Soy rebelde, a mas odio recibido, mas amor he debido dar”,
Hasta ahora solo se había estado escribiendo sobre la imagen heroica del guerrillero en la montaña, Nora nos hace volver la mirada a los comandos urbanos, a estos que debían jugar con la doble vida de ser parte de un movimiento que trabajaba en la clandestinidad y cambiar su rol para regresar a su familia, a su trabajo como si la vida fuera solo una.
De seudónimo Clara es, debe ser parte de la literatura testimonial que cada uno de los salvadoreños debemos leer, aun esos que estaban del otro lado para que recuerden y no se repita.
Ofrecí a Nora una reseña y he preferido hacer un comentario, no quiero quitar a nadie el gusto de darse un paseo por el interior de Clara, emocionarse como me emocioné yo y saberse feliz de estar vivo.